¿Niebla, calima o polución? Cómo diferenciarlo

El aire de zonas urbanas contiene un gran número de contaminantes sólidos, líquidos y gaseosos suspendidos en la atmósfera.

Cristina Herrera

Cristina Herrera

El aire de zonas urbanas contiene un gran número de contaminantes sólidos, líquidos y gaseosos suspendidos en la atmósfera

Nos asomamos por la ventana y vemos que el ambiente está «turbio». Si intentamos mirar más allá sólo somos capaces de diferenciar una especie de mancha borrosa en el horizonte. ¿Es niebla? ¿Se ha despertado el día con calima? Lo más seguro es que no: lamentablemente, en muchas ocasiones, es contaminación.

Esa capa grisácea que vemos, principalmente en días soleados, en el horizonte es lo que muchos ya han bautizado como “smog”, un nuevo término acuñado para definir precisamente esa nube baja cargada de sustancias químicas (dióxido de carbono, humo, polvo en suspensión y hollines) que aparece sobre las grandes ciudades. Esta palabra, en realidad, es un anglicismo que procede de la unión de “smoke” (humo) y “fog” (niebla).

Pero, ¿cuál es la diferencia entre estos términos?

Aunque visiblemente puedan parecer lo mismo, existe una clara diferencia entre el aire contaminado, la niebla y la calima. Por eso, es fundamental conocer en qué se distinguen exactamente.

El aire contaminado contiene partículas suspendidas de polvo, humo, microorganismos, sales o gases distintos a su composición normal o en concentraciones por encima de lo habitual.

La niebla natural, sin embargo, está formada por la suspensión de gotas de agua de pequeño volumen en suspensión. Se trata en realidad de nubes naturales muy bajas, cerca o a nivel del suelo, que están formadas por partículas de agua, sin agentes contaminantes.

El aire contaminado contiene partículas suspendidas de polvo, humo, microorganismos, sales o gases

En cambio, las partículas que forman la calima no son de agua, sino de polvo o arena en suspensión. Estas partículas pueden ser naturales (polvo o sales presentes en el ambiente) o pueden proceder de episodios de contaminación o incendios.

El origen de la niebla “artificial”

Lo cierto, es que el aire contaminado o ‘smog’ no es en absoluto un fenómeno reciente. Y desde siempre ha estado relacionado con la actividad urbana y las actividades que se desarrollan en ella.

Para que puedas diferenciar las nieblas naturales de las contaminadas hay que conocer un poco más las partículas que conforman la atmósfera. Éstas, como hemos visto, pueden estar formadas por fuentes naturales o artificiales, es decir, resultantes de actividades del hombre.

[destacado name=»Eco-Movilidad»]

En este último caso, las partículas contaminantes son el resultado fundamentalmente de las combustiones. La concentración de estas fuentes y el índice de participación de cada una de ellas varía de unas ciudades a otras. Pero, ¿de dónde proceden? Fundamentalmente los automóviles pueden incidir entre un 35 y un 55%, las calefacciones entre un 10 y un 20%; y las industrias entre un 15 y un 35%.

En España, por ejemplo, la contribución de los vehículos de combustión y la de la industria son de las más importantes, según el estudio «Contaminación atmosférica y nieblas en las áreas urbanizadas» de la Universidad de Barcelona.

Inversión térmica y contaminación

Hay que tener en cuenta que la concentración de partículas en suspensión frecuentemente está relacionada con la meteorología y las costumbres del hombre.

Aquí influye sustancialmente lo que llamamos inversión térmica: cuando la temperatura aumenta con la altura, de tal manera que el gradiente térmico es positivo. Esta inversión térmica se asocia siempre a un estado de estabilidad en la atmósfera.

La concentración de partículas en suspensión está relacionada con la meteorología y las costumbres del hombre

Es lo que ocurrió en los últimos episodios de contaminación de Madrid, cuando fue necesario activar sus protocolos contra la contaminación con el objetivo de reducir el tráfico rodado y las emisiones en el centro de la ciudad.

El aire de las zonas urbanas y la «boina»

Cuando se produce un periodo de emisión continuado, se forma sobre el área urbana una capa de «niebla» en forma de cúpula. Es lo que llamamos la «boina» que aparece sobre las grandes ciudades.

Las situaciones anticiclónicas provocan un efecto tapadera, y al no llover ni hacer viento, las partículas contaminantes de varios días se acumulan, formando esa boina que es más perceptible aún si nos alejamos de la ciudad, donde los niveles de NO2 son más altos.

Los coches: detrás de la polución

Buena parte de las sustancias químicas que forman esa boina de contaminación en las ciudades proceden de la combustión de los coches de gasolina y diésel. De ahí, que los vehículos eléctricos se estén configurando como una alternativa real en la reducción de emisiones de dióxido de nitrógeno (NO2) a la atmósfera.

Los protocolos anticontaminación de ciudades como Madrid buscan precisamente la reducción de emisiones procedentes del tráfico rodado en el centro de las urbes con el objetivo de disminuir la “huella de carbono” que generan en la atmósfera.

Aun así, la concienciación ciudadana es todavía una de las tareas en las que incidir. La búsqueda de alternativas centradas en un transporte más eficiente se ha convertido en una prioridad en la lucha contra la contaminación atmosférica urbana.

Sólo de esta manera, disminuyendo las emisiones de gases contaminantes, podremos tener la certeza cuando nos asomemos por la ventana de que lo que nos impide ver el horizonte es sólo niebla o calima natural y no una capa de humo que ‘asfixia’ nuestras ciudades.

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