Entierros sostenibles: morir sin contaminar

Funerarias crean nuevos conceptos de «muerte comprometida» con el medio ambiente ante el impacto de entierros e incineraciones.

Cristina Herrera

Cristina Herrera

Funerarias crean nuevos conceptos de «muerte comprometida» con el medio ambiente ante el impacto de entierros e incineraciones

Aunque para algunos pueda sonar un tema algo escabroso, lo cierto es que para muchos comienza a haber un problema «real» en materia de espacio y medioambiental en lo referido a la muerte y la tradición funeraria.

Al parecer las dos vías tradicionales de defunción hasta el momento (el entierro y la incineración) comienzan a no ser «sostenibles» por varios motivos y empiezan a surgir toda una batería de ideas y alternativas en torno a un nuevo concepto de «muerte comprometida» con el medio ambiente.

¿Por qué no morimos de forma sostenible? Lo cierto es que muchas ciudades del mundo, pero también de España, comienzan a presentar serios problemas de espacio en los cementerios. Muchos de ellos han llegado a colgar el cartel de «aforo completo» al no haber tumbas para tanto difunto. El caso más popular de los últimos años ha sido el de Trujillo (Cáceres), en donde su ayuntamiento ya avisó hace tiempo de que no había espacio para enterrar a los fallecidos.

Pero el problema es mucho más global. Municipios de Londres, por ejemplo, directamente han dejado de proporcionar el «servicio» de entierro, obligando a sus vecinos a largarse a otros condados para recibir sepultura.

Aunque la frase extendida de «polvo somos y en polvo nos convertiremos» parece un hecho, lo cierto es que nuestro cuerpo sí genera un importante efecto sobre la naturaleza. ¿Cuál exactamente?

El impacto medioambiental de los entierros

Al problema de espacio de los entierros se suma el de la contaminación y el relacionado con el impacto al medio ambiente. El primero el de la tala de árboles para la fabricación de los ataúdes féretros (la mayoría fabricados de madera de roble). Hay informes que señalan que cada ataúd supone la tala de un árbol. Pero, lo más desconocido quizá sea que el principal factor contaminante del entierro es nuestro propio cuerpo.

Hay informes que señalan que cada ataúd de madera supone la tala de un árbol

El entierro en ataúdes es una práctica que se realiza desde hace siglos para evitar la expansión de epidemias. Se decidió proteger el cuerpo en un «espacio cerrado» para evitar que, cuando el cadáver comienza el proceso de putrefacción, pueda desprender bacterias que afecten a la población.

Nuestro cuerpo -formado la mayoría por líquidos- en el proceso de descomposición libera un elevado número de sustancias químicas altamente contaminantes. Desde sulfatos, sodio, amoniaco, potasio hasta restos de sustancias procedentes de tratamientos hospitalarios (como puede ocurrir con los fallecidos por cáncer y la quimioterapia). Aunque la madera de los ataúdes y mortajas «protegen» el suelo de estos líquidos altamente corrosivos, con el tiempo la propia madera se deteriora permitiendo que nuestros jugos exudados pasen al medio.

A esto se suma que a los cuerpos, antes de enterrarlos, se les realiza un embalsamamiento para que se conserven mejor antes de ser enterrados (con el objetivo de mejorar su aspecto durante el tiempo que pasa en el tanatorio). Estos bálsamos químicos son otra gran fuente de contaminación del agua ya que poseen arsénico y mercurio.

Todos estos contaminantes, procedentes principalmente de los líquidos de nuestro cuerpo, pasan directamente al suelo, perjudicando el estado del terreno o, incluso, llegando a acuíferos.

La contaminación de la incineración

El problema de espacio que suponen los entierros promovió la otra práctica habitual de gestión de cadáveres: la incineración. Aunque en este caso se acaba con el problema «espacial», lo cierto es que tampoco es una solución real para erradicar el impacto medioambiental de la muerte.

Valga decir que la incineración es una práctica cada vez más extendida, por su menor coste que el entierro y por no requerir gestión ni mantenimiento del nicho en el futuro.

El principal inconveniente aquí, a pesar de que la cremación a nivel sanitario impide todo tipo de propagación de epidemias u otros problemas de salud, proviene de la contaminación atmosférica que se genera cada vez que se realizan incineraciones masivas.

Se ha comprobado el empeoramiento de la calidad del aire en las zonas cercanas a los crematorios y su impacto en la salud

Aunque la noticia sorprendió a todos, la Comunidad Valencia planteó el año pasado la prohibición de incinerar a cadáveres con obesidad mórbida o a personas que hubieran recibido tratamientos contra el cáncer con agujas radiactivas. Aunque la medida finalmente no salió adelante, sí planteaba una problemática que muchas ciudades ya están viviendo: el empeoramiento de la calidad del aire en las zonas cercanas a los crematorios y su impacto en la salud.

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*Cremaciones públicas en la India

Hay que recordar que los crematorios son una fuente liberadora de contaminantes orgánicos persistentes por la presencia de compuestos de cloro y mercurio, procedentes de la quema tanto de los cadáveres, como de los materiales del ataúd, lacas, barnices, telas, ropas y demás abalorios.

Muchos consistorios ya han lanzado recomendaciones en este sentido y es que los cadáveres no deberían ser incinerados con ropas, joyas u otros elementos metálicos, resinas o plásticos. Además, todos los crematorios deberían estar ubicados en zonas industriales alejadas de los núcleos poblacionales, y especialmente lejos de espacios vulnerables (como colegios, hospitales, residencias de ancianos… etc), ya que este tipo de colectivos podría verse afectada por las emisiones.

Y, además de la contaminación atmosférica que genera la cremación, hay que tener en cuenta el consumo de energía que se realiza. La mayoría de espacios que se dedican a la incineración utilizan gas natural. Se estima que para cremar un cuerpo se necesitan 92 metros cúbicos de gas, lo que equivale aproximadamente a calentar con gas a 674 hogares en un día.

Se estima que para incinerar un cuerpo se necesitan 92 metros cúbicos de gas, lo que equivale a calentar con gas a 674 hogares en un día.

Entonces, ¿puede haber entierros sostenibles?

Ante tal panorama, son muchas las empresas e instituciones que comienzan a darle vueltas a la cabeza para que la «muerte» en sí no suponga un problema en el futuro. Es el caso de FUNECO (Funerarias Ecológicas de España), una iniciativa liderada por Félix García Pedroche, que promueve un nuevo concepto de entierro «ecológico» que culmine en una reforestación a gran escala.

«Con el sistema clásico de gestión de cadáveres  (lápida ó incineración) se está produciendo un pernicioso impacto medioambiental y paisajístico, contaminando el suelo, el aire, la capa freática y los acuíferos», cuenta García Pedroche, añadiendo que esta situación «acaba influyendo negativamente en la salud de las personas a través de la cadena trófica alimentaria».

cementerios sostenibles

FUNECO busca transformar los cementerios tradiciones, a los que califica de «auténticos vertederos», en un área forestal que funcione como pulmones para las ciudades. «Se trata de usar el cuerpo humano como un residuo más que suma a la economía circular», apunta.

¿En qué consistiría entonces este nuevo tipo de entierro sostenible? Los precursores de esta nueva iniciativa, con patente española, conocedores del impacto negativo medioambiental de los líquidos del cadáver, proponen realizar un proceso de drenaje o deshidratación del mismo. Una vez esterilizado con geles desinfectantes, estos líquidos extraídos del cadáver se mandan a una planta depuradora municipal para recibir el correspondiente tratamiento para que puedan convertirse en fertilizantes.

Los entierros sostenibles proponen realizar un proceso de drenaje del cadáver para deshacerlos los líquidos contaminantes

Esta deshidratación se realiza introduciendo el cuerpo en una máquina a 170ºC hasta conseguir un cuerpo «limpio» de fluidos contaminantes. Los restos (materia totalmente orgánica) se enterrarían en un espacio natural (sin ataúd ni lápida).

«A cada cuerpo le correspondería un espacio natural, al que la familia puede acceder, ya que estaría geolocalizado y señalado por medio de una APP», destaca García Pedroche, que indica que esta iniciativa, que aún no se ha puesto en práctica en ningún punto del mundo, ya cuenta con el visto bueno del Instituto Carlos III y la Dirección General de Salud de la Comunidad de Madrid. El coste total de este proceso está calculado en unos 3.500 euros.

El objetivo, según indica, es comenzar a pensar en «cementerios convertidos en grandes bosques». «Es justo y necesario que aquello que procede de la naturaleza, vuelva a ella de la forma más aséptica y descontaminada posible», destaca.