¿De qué está hecho realmente el Sol?

¿Cómo funciona el Sol? ¿Cuál es su verdadero color? ¿Cómo nos influye? Resolvemos todas las preguntas sobre el astro rey.

Jorge Robles

Jorge Robles

¿De qué está hecho el Sol? ¿Cómo funciona? ¿Cuál es su “verdadero” color? ¿Cómo nos influye? ¿Cómo lo estamos estudiando? En los dibujos infantiles que cualquier sobrino nos puede regalar, el sol siempre aparece vestido de amarillo, muy lustroso, con sonrosados mofletones y siempre sonriente. ¡Y algo de razón tienen estos dibujos!

Nuestro Sol realmente es una estrella “G2V”, con una temperatura exterior de unos 5.000-5.500 grados, que alcanza los 15 millones de grados en su núcleo. Se trata de una “enana amarilla” (los sobrinos aciertan con el color).

Pero de forma más “conceptual” el Sol es una inmensa bola de gas (“plasma” compuesto por 73,5% de Hidrogeno, 25,5% de Helio y un 1% de otros compuesto), que posee un diámetro cien veces mayor que nuestra Tierra y una masa 333.000 veces la de nuestro planeta (redondeando a un número fácil de recordar). Además aglutina el 99,8% de la materia que contiene el Sistema Solar (buen nombre) y es la mayor fuente de radiación electromagnética de nuestro sistema planetario. Es decir que esos rayos dibujados por nuestros sobrinos artistas también son correctos.

Esa radiación electromagnética se debe a que el Sol funciona como una “dinamo”, que aprovecha movimientos convectivos de su interior para generar un importante campo magnético.

Y un dato algo trágico: tan solo “tiene cuerda” para unos 5.000 o 5.500 millones de años (algunos “optimistas” alargan su vida tal y como la conocemos hasta los 7.000 millones de años). Y es que “pierde” unos 5 millones de toneladas de su masa cada segundo que pasa al transformar hidrógeno en helio mediante fusión nuclear. Pérdida que se debe a la conversión de masa en energía.

Su influencia en la vida de nuestro planeta es total, así que parece lógico que intentemos comprenderlo y, dentro de lo posible, vaticinar sus posibles cambios para estudiar cómo pueden llegar a afectarnos.

Pero ¿cómo vemos/estudiamos nuestro sol? ¿A simple vista? ¡Nunca! Para eso tenemos satélites que nos hacen el trabajo sin quemazones de córnea innecesarios.

Y es que diariamente recibimos 1,5 terabytes de datos (imágenes) de nuestro sol gracias al SDO (Solar Dynamics Observatory), un telescopio espacial lanzado el 11 de febrero de 2010 por la NASA, que es sucesor de la aún hoy operativa sonda espacial SOHO (Solar and Heliospheric Observatory), puesta en órbita el 2 de diciembre de 1995.

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El SDO fotografía constanmente el Sol. Además, lo hace en diferentes longitudes de onda (es decir, utiliza diversos “filtros”) y utilizando una sofisticada equipación. Lo que nos proporciona importante información sobre el campo magnético y la actividad solar.

En el siguiente gráfico intentamos mostrar “todas las caras del sol” y para qué nos puede valer cada una de las imágenes obtenidas. Además podemos ver cómo está el sol ahora mismo a través de esta página.

Pero, toda esta información, ¿para qué nos sirve? Sobre todo, para planificar nuestro futuro. Y es que desde 1755 los astrónomos se han dedicado a contar el número de manchas solares que aparecen y desaparecen en nuestro astro rey, detectando que más o menos cada 11 años se repiten ciclos de actividad solar.

Es decir, se producen máximos vinculados a un mayor número de manchas solares (mayor número de protuberancias, más explosiones en la corteza del sol,  más tormentas solares y de mayor intensidad, etc …), intercalados con mínimos o “valles” de actividad donde ese número de manchas solares es muy reducido .

Ciclos solares

Desde 1755 hasta hoy se han producido 24 ciclos solares. En la imagen de abajo podemos observar el ciclo 23. Cada año está asociado a una imagen representativa de la actividad del sol. Durante el pico de 2001, el sol liberaba 10 veces más radiación ultravioleta que durante los mínimos de 1996 y 2006.

Pero, ¿cómo está siendo el ciclo 24? La respuesta: «Peculiar, bastante peculiar»

Por “convenio científico” el ciclo 24 se inició el 4 de enero de 2008, al aparecer una mancha solar de “polaridad invertida” a 30ºN del Sol, mancha que marcó el pistoletazo de salida del ciclo. Un ciclo cuyas previsiones ya tenían dividido al mundo científico.

La mayor parte de los expertos esperaban que fuese un ciclo de gran actividad solar, el mayor de los últimos 400 años, mientras que un reducido grupo de científicos se inclinaba por esperar un ciclo de escasa actividad solar,  el menor de los últimos 100 años. Y esta vez la minoría llevaba razón.

El ciclo solar 24 se ha producido con cierto desfase (retraso en el tiempo) y todas las predicciones se han tenido que ir modificando a la baja. Además ha presentado dos picos, uno a caballo entre 2011 y  2012 y un segundo, algo más intenso, a principios de 2014. Actualmente nos encaminamos hacia uno de esos valles de escasa actividad.

Como vemos es muy complicado realizar pronósticos sobre el comportamiento de los ciclos solares. En este post apenas nos hemos centrado en el número de manchas solares como fiel indicador del grado de actividad solar, pero intervienen otros muchos factores en el estudio de estos ciclos como el ritmo de cambio de la polaridad del Sol o el estudio particular de la actividad solar en cada hemisferio.

No obstante algunos estudios (bastante rigurosos) apuntan a que nos encaminamos hacia un periodo de “letargo solar” (menos actividad), que algunos asemejan con el sufrido por la Tierra entre 1645 y 1715 (durante esos 70 años se sucedieron años de bajas temperaturas en los que era habitual que los canales de gran parte de la Vieja Europa se congelasen en invierno).

¿Compensará esta tendencia en todo o en parte el calentamiento global que sufre nuestro planeta? Es posible (¡ojala!), aunque personalmente me parece demasiado arriesgado jugarnos nuestro futuro climático a esa única carta y no seguir trabajando en la disminución drástica de la emisión de gases invernadero. De momento, disfrutemos de ese sol que nuestros sobrinos siguen pintado.

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